sábado, 29 de junio de 2013

De Frankfurt a Lindau

La misión consistía en llegar al aeropuerto de Frankfurt, Alemania, y subirme al tren que me llevaría a Lindau, mi destino final. En el papel, parecía más complicado de lo que resultó, a pesar de ser un argentino en Alemania, que no sabe una palabra de alemán.

Luego de 13 horas de viaje, llegamos a Frankfurt a eso de las 12 del mediodía, hora local, con una hora de retraso, pero que no afectó mi conexión con el tren, ya que había previsto demoras, y saqué boleto para las 13.50.

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Todos muy amables en el aeropuerto de Frankfurt, incluso el policía de migraciones me dio charla, curioso sobre la conferencia científica a la que iba, y sobre Argentina, para descontento de los que estaban detrás en la fila. Pasé sin problemas, no me revisaron nada. Los carteles te guían muy fácil a retirar tu equipaje, y luego a hacer lo que quieras dentro del aeropuerto más importante de toda Europa.

Sólo tuve que preguntar por un cajero automático, para conseguir efectivo, y para asegurarme que tenía bien la dirección que tenía que tomar para el tren. La estación está pegada al aeropuerto, allí se pueden tomar trenes regionales, y de larga distancia, los ICE súper rápidos, que van a 200 km/h. Tan sólo hay que cruzar un puente, y estamos en los andenes.

Al llegar ahí, no me sorprendí de que estuviese todo tan bien señalizado. Esperaba algo muy diferente al estado de los trenes en Argentina, y eso vi. Uno sabe dónde va a parar cada vagón, los horarios de cada tren, y el próximo tren que está por llegar, todo gracias a carteles fijos o electrónicos.

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Mi sorpresa fue encontrarme allí un conocido. Antes de partir de Buenos Aires, mientras esperaba la salida del vuelo, ayudé a un hombre mayor al que se le habían caído las pastillas al suelo. Diminutas pastillas homeopáticas para poder dormir y viajar tranquilo, me dijo. Me dio bastante charla. Un alemán que hablaba bastante bien el castellano.

La sorpresa fue cuando lo encontré. Le sonreí para ver si me reconocía, ya que vendría bien poder conversar un poco con alguien en castellano sobre el funcionamiento de los trenes. Resultó ser un jubilado alemán, que vive en Argentina, en El Bolsón. Y mi grata sorpresa era que tomaba el mismo tren que yo. Sólo que yo me bajé luego en la primera estación, Mannheim, y él siguió camino.

Los 20 minutos de viaje, me contó de todo sobre lo que íbamos viendo, sobre Alemania, y sobre él en Argentina. Tenía 78 años, muy bien llevados. Un hombre muy simpático, muy buen recuerdo que me llevaré de él.

IMG_1265 En Mannheim debía hacer combinación con otro ICE que me llevaría a Ulm. Tenía 7 minutos para el trasbordo, lo que me preocupaba un poco, pero resultó que tan solo tenía que hacer un metro hacia la vía en que llegaría el tren, que desgraciadamente llegó con 20 minutos de demora.

Eso era malo, no por la espera, que cuando uno está paseando no molesta, sino porque me complicaría las cosas con el trasbordo en Ulm.

Este ICE no tuvo nada memorable, ya que mi compañero de asiento era parco, a pesar de que me ayudó a colocar la valija en el portaequipaje. El viaje duró unos 40 minutos, con parada intermedia en Stuttgart, y finalmente llegamos a Ulm.

Para interiorizarlos un poco en la geografía, ya estaba profundamente internado en Alemania, en zonas poco turísticas, y para nada cosmopolita. Así que cuando llegué a Ulm, con media hora de retraso del tren que debería haber tomado hacia Lindau, corrí a hablar con un “oficial”, como les dicen allí a los guardas.

Le dije, guten tak, ij kan kain doich, que significa, hola, no hablo alemán. Resulta que él no hablaba inglés, ni tampoco las monjas que le estaban consultando algo. Al parecer le estaban consultando por mi mismo tren, ya que luego me las encontré arriba. Se resolvió mostrándole un papelito donde tenía impreso el tren y el destino, en el cual él me escribió el horario y el tren que debía tomar.

IMG_1284 Debía esperar 40 minutos, así que cruce las vías por un túnel hacia la estación, para ver si podía comprar algo para tomar. Me encontré con algo inmenso, con McDonald’s, Burguer King, y muchos locales más.

Los precios eran similares a Argentina, para mi sorpresa. Pero me decidí por algo gasolero, compre una botella de agua de litro en un minimercado (2 euros), y un sánguche en otro local (1,5 euros).

Ninguno de los empleados hablaba inglés, pero no hizo falta. Después de todo, tampoco suelo hablar en castellano con los cajeros de supermercados argentinos. En el local del sánguche, fue un poco más complicado, ya que pensé que era una milanesita de musarela con tomates y una salsa con pinta, pero cuando le pregunté si era “cheese”, queso, me dijo “nein, fish”. Le hice OK con el dedo, y me lo fui a comer en el andén. Resultó ser muy sabroso el sánguche de milanesa de pescado.

El tren llegó a horario, pero esperó mucho tiempo, creo que a que llegase otro tren regional del que bajó muchísima gente, y se subió toda al mío. Me había entado con las monjas, que quisieron darme charla, pero ante mi ij kan kain doich, me hicieron algunas preguntas mezcla castellano e inglés, pero no llegamos a entendernos del todo, así que no seguimos.

Tuve que dejarle mi asiento a una señora mayor que subió con el malón de gente, así que viajé parado las primeras estaciones. Fue bueno, ya que me había escuchado todo el vagón, parece, la historia que le conté a las monjas, porque se me acercó una mujer con un bebé colgado, que no se había querido sentar porque ya se bajaba.

Me habló en un perfecto madrileño, pero era alemana de Colonia, Alemania. Charlamos mucho, le encantaba el acento argentino. Estuvo en las Cataratas del Iguazú. Viajaba al sur de Alemania con su marido (sentado con otra hija en brazos), a mostrarle el bebé a sus padres. Al parecer, en Colonia hay muchos argentinos.

Cuando se bajó esta pareja de Colonia, me pude sentar de vuelta, y me sorprendió una señora sentada frente a mí que me dijo: yo también hablo español. Vivió 20 años en Venezuela, hasta que asumió Chávez, y se volvió a Alemania. También me contó mucho sobre la región.

Viajamos juntos casi hasta mi destino. Ella se bajó una parada antes, y yo llegué casi a las 19. Cansado, y sin conocer mucho, preferí tomar un taxi al hotel, para luego desde allí salir a pasear un poco, pero estaba tan rendido que ni a cenar salí. Veremos qué me depara el día hoy. ¡Saludos!

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